16 de febrero 2018
Querido Alex
Si no deseas oír lo que debo decirte, por tu propia seguridad te ruego que quemes esta carta hasta que sea cenizas.
Perdona este toque melodramático, que imagino que habría complacido al señor Stoker, pero debo convencerte de mi urgencia. No sólo al escribirte esto, sino en lo que respecta a nuestro encuentro previo, del que ya debes haberte percatado que no soy una mera intermediaria. La “Willa” que conociste tenía, de hecho, motivos ulteriores, pero no los que quizás esperabas e imaginabas.
En su lugar, eran auténticos motivos de vida o muerte; y de su inversión.
No te habría abordado en absoluto, ni como Willa ni como yo misma, si no fuera por dos hechos inextricablemente vinculados uno al otro.
Primero, ibas a morir tras décadas de agonía. Los doctores habrían reconocido que tu sangre estaba contaminada, y entonces, incapaces de discernir la verdad, le habrían dado cualquier nombre que les pareciera adecuado para sus lenguas en ese momento. Con tu madre lo denominaron “síndrome Chédiak-Higashi”, mientras que un estimado especialista de Zúrich diagnosticó a tu abuela “talasemia mayor” y tu bisabuelo Quincey murió lentamente de “leucemia mieloide crónica”.
Segundo, el hombre (la Bestia) que corrompió tu linaje ha desaparecido. Creo que está verdaderamente muerto al fin, cazado por algún Godalming con ayuda digital o, como aún debo esperar, muerto como hacen las cosas naturales, bajo la luz del sol, durmiendo en paz con el Creador. Me pareció sentir cómo su sombra se apartaba de nosotros cuando lo derrotamos por primera vez y entonces creía que su Sangre había muerto con él. Sólo llegué a descubrir la verdad tras haber engendrado a Quincey y haber traspasado inconscientemente la sangre corrupta a mi hijo.
En efecto, aunque pesadillas y visiones quizás me lo habían susurrado antes, fue a través de una carta como ésta como se me confirmó la verdad. Él aún vivía y, según se reveló, su influencia sobre mí tampoco se había roto. En la carta él intentó realizar una confesión, envuelta en una amenaza. Reveló que había seguido las vidas de mi hijo y mis nietos “con gran interés”. Sabía entonces que no podría hacer nada por ellos mientras él mantuviese tal interés y que, en verdad, no debería hacer nada.
Esa certeza ha decaído conforme los he visto morir a todos, envenenados por su Sangre. He visto sus huesos y dientes rebelarse contra la carne, los he visto encogerse ante la luz del sol y el consuelo del mundo postrero. No podría haberles dicho por qué; no sin ponerlos en aún mayor peligro a ellos y a sus seres queridos. En eso al menos él era mejor que yo. Él me proporcionó, a un riesgo que he sabido muy grande, una explicación de mi naturaleza cambiada y del mundo de tinieblas en el que mi estupidez y su voracidad me habían sumido.
Quemé su carta tras leerla. Tenía una excelente memoria para los detalles incluso cuando caminaba bajo la luz del día y haberla guardado nos habría puesto en innecesario peligro a todos. Pero ahora las circunstancias han cambiado. Dado que te he transmitido su Sangre, siento que debería también transmitirte el grueso de su conocimiento, sazonado con el mío allí donde difieren mis observaciones.
A estas alturas ya habrás sufrido los dolores del Abrazo y las nuevas agonías del Ansia. Asumiendo que hayas visto algunas películas de terror, debes haber adivinado la esencia de lo que te ha ocurrido. Aunque tu suposición es correcta, tus fuentes son por designio y necesidad incompletas en el mejor de los casos. Aunque, siendo justos con esos guionistas, hasta las nuestras contienen contradicciones y puede que algunas falsificaciones deliberadas. Dado que es mi deber, por tantas razones, trataré de guiar tu entendimiento.
Para empezar, nos enorgullecemos de que las cruces, el ajo, el acónito, las corrientes de agua y otros adornos del folclore no nos resulten una amenaza ni nos acobarden. Pero yo misma he visto a más de un Vástago (como nos llamamos a nosotros mismos) retroceder ante emblemas sagrados, quizás debido a nada salvo remanentes de fe humana. De la misma manera, la mayoría de nosotros admitirá que puede verse impelido a comportarse según patrones que recuerdan a los relatos populares a causa de la presión y el Ansia: contar semillas, detenerse en la orilla del agua o evitar animales blancos. Por supuesto, los más experimentados entre los nuestros evitan a todos los animales de cualquier color a menos que nuestras artes o habilidades nos concedan la capacidad de tranquilizarlos: huelen la muerte que hay en nosotros y gruñen o se asustan a su manera.
Aunque algunas cosas sólo suponen una amenaza si se lo permites, otras no causan ningún verdadero daño. La familiar estaca de madera a través del corazón, o incluso el suficiente daño de las armas de metal y las balas, paraliza a los Vástagos y nos envía a un profundo Letargo del que despertamos lentamente, décadas después si nuestra Sangre es espesa y fuerte. Una vez estacados, decapitarnos y quemarnos mata a los nuestros con la misma seguridad que lo haría con cualquier mortal. Incluso sin la estaca, el fuego consume nuestra carne. Lo mismo es cierto con la luz del sol, aunque no en igual medida: los Antiguos sufren los tormentos del infierno bajo el sol, mientras que los más jóvenes Retoños de nuestra especie, los llamados Sangre Débil, pueden caminar a la luz del día sin temer más que la incomodidad de una leve quemadura.
Continuara...
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