Considerado por muchos como un Rey entre Reyes, Asmodeo ha aparecido desde el principio de los tiempos en los cuentos, leyendas y textos sagrados de todos los pueblos.
Parece que su historia contiene muchas otras dentro de ella, pero todas coinciden en la habilidad de este demonio para influir en el mundo de los mortales.
A menudo opera disfrazado, perpetuando perversas artimañas, haciéndose pasar por mortales de gran prestigio y domesticando pueblos enteros para llevar a cabo antiguas y ardientes venganzas. Incluso la apariencia que muestra a sus fieles nunca corresponde con la verdadera, pues le encanta cambiarla para acercarse más a los mortales y sus vicisitudes. Entre todos sus iguales él es, de lejos, el único que puede ver una forma de belleza perversa en las criaturas fornicadoras de carne y hueso. Tanto es así que, en el caso de algunos poetas lujuriosos, él es incluso capaz de enamorarse de ellos.
En bastantes pergaminos, mayoritariamente del Este, se le representa más bien como un Dios entre los Djinn, los espíritus del desierto, que como un auténtico demonio. Seducidos por sus mentiras, hay quienes incluso se atreven a atribuirle algunas virtudes tenues y destellos de sensatez.
Pero eso también es una máscara de Asmodeo. Él es «El que siempre agarra». Señor de 72 legiones, Rey del Deseo, de la venganza carnal y de la Lujuria que nunca se agota.
Este es el pecado de la necesidad constante, la sed carnal de la posesión y el desenfreno que acompaña cada pensamiento y acción mortal. No se trata
únicamente del deseo sexual común, sino de un frenesí que lleva a una lujuria sin frenos.
Los pecadores se ven movidos por la lujuria para fornicar con criaturas violentas o con gente que puede no haber dado su consentimiento. Así pues, practican
indiscriminadamente todas las formas de traición para satisfacer su propio placer. También pueden escoger individuos a los que no tocarían jamás, como bestias, parientes o sujetos demasiado jóvenes o viejos mediante la explotación de su docilidad.
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